¿Qué me detiene? ¿Por qué cada vez que lo tengo frente a mi quiero devorarle
la boca y no lo hago? ¿Por qué no me acerco a el y le susurro al oído mi temor
de perderlo? ¿Porqué no le revelo mis anhelos y sueños? ¿Por qué no le admito
que cada segundo lo estoy queriendo más? ¿Por qué me limito?
Si es él, su voz, su mirada, sus grandes pero delicadas manos, su aroma
dulce y viril, sus brazos, siempre dispuestos a acogerme y contenerme cada vez
que caigo en niñerías y juego a evitarlo. Su picardía, la forma en que sonríe,
los hoyuelos que se le forman al esbozar sonrisas, su talento para hacerme
cosquillas y no logre enfadarme. El silencio mágico que logra crear siempre
antes de un beso, ¡ay! Es allí donde florecen todas las mariposas y quiero
retenerlo para siempre, los segundos se desvanecen, sus manos se posan en mi
cintura y rodeo su cuello, piso sus pies logrando una mayor altura y luego se
desata la guerra entre su lengua y la mía. Sus labios, dulces, rosados y
gruesos, perfectos para ser mordisqueados, y cuando lo hago, arruga su rostro y ejerce más presión entre
su cuerpo y el mío. Suelto una risa y el vuelve a robarme el aliento en un
ósculo cada vez más lento, más saboreable.
Tampoco puedo apartar lo bello que es tomar una siesta junto a él, que
sea el guardián de mis sueños, que me proteja y acaricie. Que me bese mientras
crea que estoy profundamente dormida. Que dulce llega a ser.
Y
allí es cuando me doy cuenta de que le he dicho en un beso, en una mirada, todo
aquello que de mi boca no logra salir, porque él, es todo aquello que siempre
querré, porque él, es mi propio sueño, mi príncipe azul.
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